La litera superior F. Mariun Crawfurd
He
cruzado el Atlántico muchas veces. Como la mayoría de los que navegan con
frecuencia, hay barcos por los que siento especial predilección. El Kamtschatka
era uno de ellos. Ya no lo es. Nada podrá convencerme de que haga nunca más un
viaje en él, y voy a contaros por qué.
Fue
una calurosa mañana de junio cuando embarqué por última vez en el Kamtschatka.
El camarero me saludó y se hizo cargo de mi equipaje.
-Camarote 105, litera
inferior- le dije.
Una extraña expresión
cruzó por el rostro del camarero. Eso me puso nervioso.
-¡Mala suerte!-dijo en
voz baja, y emprendió la marcha delante de mí.
Era
un camarote corriente aunque espacioso. Unas cortinas de color arena cerraban a
medias la litera superior, que estaba desocupada. Esperaba tener el camarote
para mí solo. Sin embargo, esa noche, nada más abandonar el muelle, me
decepcionó comprobar que tenía un compañero.
Aún
no había visto al viajero. Sólo me di cuenta de su presencia por su maleta, que
estaba en un rincón, y por su paraguas y algunas cosas que había dejado encima
de su litera. Y no llevaba yo mucho rato acostado, cuando entró él. Era
un hombre alto, muy delgado, muy pálido, con el pelo y el bigote rubios y los
ojos grises. No volví a verle más después de esa primera noche.
Dormía yo profundamente
cuando de repente me despertó un ruido. Me pareció que mi compañero saltaba de
su litera al suelo. Le oí forcejar torpemente con la manivela de la puerta.
Luego oí que echaba a correr por el pasillo, dejando la puerta abierta tras de
sí.
La puerta empezó a
oscilar con el balanceo del barco, así que me levanté a cerrarla y regresé a
tientas a mi litera, en medio de la oscuridad. Me volvía dormir, aunque no sé
el tiempo que estuve durmiendo.
Al
despertarme, aún estaba oscuro. El aire era frío y húmedo. Había en el camarote
un olor especial, como si estuviese empapado de agua de mar. Me tapé lo mejor
que pude y continué en la cama. Noté que mi compañero daba vueltas en su
litera. Me pareció oírle gemir, y supuse que se habría mareado. Seguí durmiendo
hasta el amanecer.
El
barco se movía bastante. La luz grisácea que entraba por la portilla cambiaba a
cada balanceo. Y hacía un frío terrible. Para mi sorpresa vi que la portilla
estaba abierta y trabada para que no se cerrase. Me levanté a cerrarla. A
continuación decidí vestirme. Había desaparecido el olor a humedad de la noche.
La litera de arriba tenía las cortinas corridas. Mi compañero de habitación
seguía durmiendo.
Salí
a cubierta. El día era cálido y nublado, y el mar tenía olor a aceite. Paseando
por la cubierta topé con el médico de a bordo.
-Vaya una mañanita
tenemos- dijo el doctor.
-Pues esta noche ha hecho
un frío que para qué- contesté- Y encima, la humedad que hay en mi camarote.
-¿Humedad?- dijo el
doctor- . ¿Qué camarote le ha tocado?
-El ciento cinco.
El doctor se estremeció,
cosa que me dejó perplejo.
-¿Qué ocurre?-pregunté.
-Eh… nada, nada-
contestó-. En los tres últimos viajes, todos los pasajeros se han quejado de
él. Para mí que hay algo… Pero bueno, no es mi misión inquietar a los
pasajeros.
-A mí no me da miedo la
humedad- contesté.
-No se trata de humedad.
Pero no importa- dijo el doctor-. ¿Tiene compañero de habitación?
-Sí. Uno que salta de la
litera en mitad de la noche y sale corriendo sin pararse a cerrar la puerta.
-Escuche- dijo el doctor
con una extraña expresión en la cara-: Yo tengo un camarote bastante espacioso.
¿Por qué no viene a compartirlo conmigo? Estará más seguro que en el 105.
-¿Qué quiere decir?-
exclamé asombrado ante este extraño ofrecimiento.
-En los tres últimos
viajes, los ocupantes del 105 se cayeron por la borda- contestó con gravedad.
La
noticia era alarmante. La expresión del doctor me hizo comprender que hablaba
en serio. Le agradecí el ofrecimiento, pero le dije que no me apetecía mudarme.
Después
de desayunar regresé a mi camarote. Las cortinas de la litera de arriba estaban
corridas todavía, así que deduje que mi compañero seguía durmiendo. Al salir,
el camarero me detuvo para decirme que el capitán deseaba verme. Me dirigí a su
camarote y le encontré esperándome.
-Su compañero de
habitación ha desaparecido- dijo-. Nos tememos que ha saltado por la borda.
-Entonces es ya el
cuarto- exclamé.
Al
capitán pareció molestarle que supiera que otros tres pasajeros habían
desaparecido. Me propuso que eligiera el camarote de cualquiera de los
oficiales para el resto del viaje. Le contesté que prefería seguir en el mío;
sobre todo ahora que lo iba a tener para mí solo.
-Naturalmente, tiene
derecho a permanecer donde está- dijo el capitán-. Pero preferiría que dejara
el camarote y me permitiera cerrarlo.
Hacia
el anochecer, volví a encontrarme con el doctor. Me preguntó si había cambiado
de idea respecto a mi camarote. Le dije que no.
-Pues no tardará en
hacerlo- dijo en tono sombrío.
Esa
noche me acosté tarde. No podía dejar de pensar en el hombre que había
compartido mi camarote, y que probablemente se había ahogado. Descorrí las
cortinas de la litera y comprobé que no estaba allí.
Me
desvestí; observé que la portilla estaba abierta otra vez. Esto me irritó, por
lo que salí en busca de Robert, el camarero. Le hice entrar y le exigí que me
explicara por qué razón la abría.
-Vera,
señor- contestó Robert-: nadie es capaz de mantener cerrada esta portilla por
la noche. Inténtelo usted si quiere. Yo se la cierro ahora mismo y aprieto las
palomillas con toda mi fuerza. Pruebe a abrirla ahora.
Intenté
abrir la portilla, y comprobé que estaba firmemente apretada. Se marchó Robert,
y me acosté. Pero no tenía sueño, y desde la litera estuve contemplando la luna
a través de la portilla. Y así permanecí durante una hora. Cuando ya me estaba
entrando sueño, me dio en la cara una bocanada de aire frío y una rociada de
agua de mar. ¡La portilla estaba abierta otra vez, y trabada para que no se
pudiera cerrar!
Me
levanté, crucé la habitación y me acerqué a examinarla. Oí moverse algo detrás
de mí, en la litera de arriba. Me volví, aunque no se veía nada en la
oscuridad. Oí un gemido muy débil. ¿Había alguien allí? Crucé corriendo la
habitación, aparté de una manotada las cortinas, y palpé con las manos. ¡Allí
había alguien!
De
detrás de las cortinas salió una bocanada de aire cargado de un olor espantoso
a agua de mar estancada. Agarré algo que tenía forma de brazo humano,
aunque lo noté mojado y frío como el hielo. Al tirar de él, la criatura se
abalanzó violentamente sobre mí. Era una masa pegajosa, fangosa, pesada y
húmeda, pero dotada de una fuerza terrible. Me eché a un lado. Un instante
después se abrió la puerta y aquel ser salió corriendo.
Eché
a correr tras él, pero lo perdí al dar la vuelta a una esquina. Asustado,
regresé al camarote. Dentro reinaba un intenso olor a agua de mar estancada.
Examiné la litera de arriba esperando encontrarla empapada, pero estaba seca
como la boca de un horno.
La portilla continuaba
abierta.La cerré con fuerza y
torcí las tuercas de latón que la sujetaban. Ahora sería imposible volverla a
abrir. Permanecí despierto toda la noche, pensando en lo ocurrido. Amaneció por fin, y
salí a cubierta a respirar aire fresco y a despejarme. El capitán estaba allí.
Le expliqué lo sucedido por la noche. Le dije que había pasado más miedo que
nunca en mi vida.
-Escuche- dijo-, vamos a
hacer una cosa: voy a ir con usted a compartir su camarote, a ver qué pasa.
Creo que entre los dos podremos aclarar este asunto.
Ese
mismo día, avanzada la noche, volvimos al camarote el capitán y yo. Vino el
carpintero de a bordo y condenó la portilla. A continuación registramos
minuciosamente todos los rincones. Una vez satisfechos, nos encerramos en el
camarote el capitán y yo. El capitán se sentó junto a la puerta, y yo en la
litera de abajo.
-El primero que se arrojó
por la borda fue un pasajero que estaba loco- explicó el capitán-. Sus amigos
no sabían que había embarcado. En el viaje siguiente… ¿Qué está usted mirando? Mis
ojos estaban fijos en la portilla. Las palomillas de latón estaban empezando a
girar muy despacio. Al descubrir lo que yo miraba, el capitán se quedó pasmado
también.
-¡Se están moviendo
solas!-dijo en voz baja.
En
ese preciso momento se apagó la linterna de lectura que yo tenía sobre la
litera. Aún entraba luz por la ventana del vestíbulo. Me di la vuelta para
arreglar la linterna, y el capitán se puso en pie de un salto, profiriendo un
grito de sorpresa.
Me
volví rápidamente. Estaba luchando con todas sus fuerzas con la portilla que
había empezado a moverse. Acudí en su ayuda. Se abrió de golpe, y nos arrojó a
los dos al suelo.
-¡En la litera hay
alguien!- exclamó el capitán con asombro.
Salté
sobre ella. Había algo indeciblemente espantoso. Era como el cuerpo de una
persona ahogada hacía mucho tiempo, aunque se movía y tenía la fuerza de diez
hombres.
Agarré
con todas mis fuerzas aquel ser legamoso, escurridizo, horrible. Entonces clavó
en mí sus ojos blancos y muertos. Hedía a agua de mar corrompida, y el cabello
reluciente le caía en rizos mojados y horrendos sobre su cara muerta. Empezaba
a dominarme. Me rodeó el cuello con sus brazos cadavéricos, me retorcí hasta
que logré desembarazarme con un grito. La criatura saltó por encima de mí y se
precipitó sobre el capitán. Este cayó al suelo horrorizado y aturdido. El ser
se quedó en suspenso un instante, y a continuación desapareció por la portilla.
Si
alguna vez hacéis un viaje en el Kamtschatka, preguntad por el camarote 105. Veréis
cómo os dicen que está ocupado. Y en efecto, lo está…
UNA VEZ QUE HEMOS LEÍDO ESTE FANTÁSTICO RELATO,VAMOS A CONTESTAR A ALGUNAS PREGUNTAS SOBRE ÉL:
1- Escribe el tema del texto. Recuerda: debes se preciso y concreto.2- Haz un resumen de este relato. Recuerda: respeta todas las pautas y no superes las doce líneas.3- Explica ampliamente cómo es el narrador del texto y justifícalo con ejemplos del texto.4- Explica la estructura de la narración: planteamiento, nudo y desenlace.5- Clasifica y explica los personajes de este relato.